HABLAME COMO LA LLUVIA Y DEJAME ESCUCHAR

Llueve en Manhattan, donde se desarrolla la escena única de la obra de Tennessee Williams. Llueve en la ciudad de Campana, donde está por comenzar la función en el teatro La Rosa. Aquí y allá, domingo. Unas siete décadas separan el texto de la representación actual. Cuando baje el telón, en un rato, vamos a sentir que, en realidad, el drama continúa, que el arte vuelve a traspasar las fronteras del tiempo y del espacio.

Ingresamos a la sala y, de alguna manera, Hablame como la lluvia y dejame escuchar (1953) ya ha comenzado. Al fondo del escenario Javier Ulmete toca en el piano una pieza de Erik Satie. El público no parece advertirlo. Se acomoda en los asientos. Todavía perviven, en las penumbras, algunos signos del afuera, habladurías, ruidos que profanan la musicalidad de la lluvia que cae. En una esquina Osvaldo Croce simula ser el dramaturgo, será la voz de la didascalia que, a su turno, LA MUJER y EL HOMBRE traicionarán en cada gesto rebelde, en cada mueca desobediente, en cada movimiento no realizado.

Dos bultos con forma humana yacen en un sillón y en una silla, cubiertos con una tela blanca. Fabián Espósito y Mireya Ribas Medal se destapan para interpretar a los únicos dos personajes de la breve, pero extraordinaria, obra de Tennessee Williams. ¿Estarán a la altura, el director y los actores, del autor?

Fotografía de Claudia Taranto

Sobre el sillón rotoso, EL HOMBRE se despereza y le cuesta entrar en la realidad: son los resabios de una borrachera, los recuerdos confusos, el sufrimiento al ir recordando, de a poco, quién es. Sobre la silla, LA MUJER, al contrario, lleva en la mirada la marca de quien no puede olvidar ni por un segundo su identidad, la desgracia de su destino, el desamparo ante la monotonía cotidiana. La desesperanza es compartida. No quedan dudas, Espósito y Ribas Medal encarnan de una manera profundamente conmovedora los personajes de cierta habitación amueblada en la octava avenida de la ciudad de Manhattan.

Una virtud de esta puesta en escena es la libertad con que los personajes dejan de seguir al pie de la letra al autor. Las acciones concretas están dichas por la voz que EL HOMBRE y LA MUJER desobedecen; sin embargo, siempre permanecen fieles a una fuerza revelada, impresa en los cuerpos, no dicha, no explicitada más que en la actuación de esa verdad manifiesta en sus caras, que son “como los rostros de los niños en un país donde hay hambre”.

EL HOMBRE narra lo que recuerda de los breves momentos de lucidez que llegan, confusos, tras la ebriedad de una noche en la que, piensa, ha gastado su dinero del seguro de desempleo. LA MUJER lo escucha con resignación, con angustia. Él se recuerda en una bañera llena de hielo, ropa tirada por todas partes en una habitación de un hotel, botellas de distintas bebidas. Ella fantasea con una vida distinta, con ausentarse del mundo, con perder el nombre, la identidad, ser nadie, alejarse de las convenciones y el trato con los otros.

Un hombre y una mujer de Manhattan, de la década del 50. ¿Qué dicen de nosotros sus miedos, sus fracasos, sus tristezas? ¿Qué tiene que ver con nosotros su realidad, sus destinos, sus conflictos?

EL HOMBRE le pide que le hable como la lluvia. “Cuéntame cosas. ¿Qué has estado pensando en silencio? Mientras yo he circulado como un billete sucio por esta ciudad… ¡Dime, háblame! Háblame como la lluvia, y yo estaré aquí echado y escucharé”. Ella le contará, entonces, con la misma suavidad de la lluvia, como ese murmullo adormecedor, cuál es su deseo o su fantasía.

No es solo el drama de una mujer cansada y un hombre humillado por la situación. No es simplemente la postal de la ruina de un matrimonio ante la imposibilidad del progreso. Tampoco la sola muestra de las promesas falsas de una civilización que agoniza. Además, se trata del sufrimiento de un ser humano, el propio artista, seguramente, ante la indiferencia y la frivolidad del mundo.

Fotografía Rocío Vélez

Ribas Medal rompe en el suelo la copa. Baja del escenario mientras empieza a hablar como la lluvia. Croce dice que suena una mandolina, pero lo que suena, nuevamente traicionado el dramaturgo, es el mismo piano de Ulmete. Espósito sigue echado en el sillón rotoso. Ella levanta con la mano la copa rota, se queda acá, cada vez más próxima al público, nos regala una fotografía alucinante, tétrica, desgarradora.

“Tendré una habitación grande, con postigos en las ventanas. Habrá una temporada de lluvia, lluvia, lluvia. Y me sentiré tan agotada después de mi vida en la ciudad que no me importará estar sin hacer nada, simplemente oyendo caer la lluvia. Estaré tan tranquila”, dice, mientras camina entre el público, se ausenta del escenario. Ella sale del centro, quiere correrse del mundo, quiere invisibilizarse, se esconde Ribas Medal en la oscuridad del público, del mismo modo que LA MUJER del autor quiere esconderse de la sociedad.

“No tendré conciencia del paso del tiempo… Un día me miraré al espejo y veré que mi cabello está empezando a ponerse gris, y por primera vez me daré cuenta de que he estado viviendo en ese pequeño hotel bajo un nombre supuesto, sin amigos ni conocidos ni relaciones de ninguna clase durante veinticinco años”, dice, y se apagan las luces de la sala. Su voz resuena desde cualquier lado, viene de todas las direcciones, se derrama sobre el público como una lluvia que nos moja por fuera y nos sacude por dentro.

Es cierto, los clásicos siempre son actuales. Sin embargo, son los actores los que le dan vida a la obra, porque cuando están a la altura del autor nos hacen sentir, como dice Williams, más cerca de los escritores muertos de lo que nos sentimos a veces de las personas que conocemos.

El teatro es ese retiro necesario del mundo. Es esa vital conexión con los grandes poetas muertos, nuestros amigos, que vuelven a la vida cada vez que empieza una nueva función. Vuelven como la lluvia a darnos una esperanza, porque, cuando la tierra quiera volverse definitivamente estéril, siempre estarán ahí para regar el suelo en la desesperanza.

Entonces, despertaremos, oiremos la lluvia y volveremos a dormir.

 


FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA:

Autoría: Tennessee Williams

Actuación: Mireya Ribas Medal, Fabián Espósito y Osvaldo Croce

Músico en escena: Javier Ulmete

Dirección: Javier Marizaldi

 


Comentarios

  1. Un reseña preciosa, cada detalle mencionado, del autor, de la música, de los actores, hasta de los espectadores, es de una delicadeza que deja ver la elección perfecta de cada palabra para que nos llegue a los lectores a lo más íntimo. Gracias!

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