LAS LÁGRIMAS DE LOS ANIMALES MARINOS
Escribe Lucio Vellucci
Cuando se publique esta “mirada” sobre Las lágrimas de los animales marinos la obra estará a punto de brindar su última función en el Teatro Nacional Cervantes. Quién sabe si tendré la oportunidad de volver a vivenciar, en un futuro, la propuesta de Castiñeiras y la escenografía mutante de Córdoba Estévez. Una vez que se baje el telón, hoy domingo 15 de diciembre, los animales marinos habrán desagotado su llanto, habrán desahogado para siempre la pena que los mueve por dentro.
Como dice Jorge Dubatti, “el teatro dura lo que dura el acontecimiento irrecuperable”. Me pregunto cuál es el sentido, entonces, de narrar la experiencia personal frente a una obra que ya es pasado y de la que no habrá registro “poiético” como punto de referencia concreto. ¿Para qué escribir, entonces, sobre Las lágrimas de los animales marinos? Tal vez la manifestación consciente, explicita, de la vivencia de un espectador que no pretende la objetividad ni busca la reseña mediática. Lo irrecuperable del teatro es el hecho efímero que se recompone en la narrativa personal, la escritura sobre lo acontecido es el testimonio que se inscribe en la trama de un olvido.
Ph: Mauricio Cáceres |
Cada animal marino lleva su pena escondida, cada uno de los personajes oculta y descubre lo que duele: somos el animal que oye, en el fondo de su íntimo silencio, la pena que sopla como el sonido del fondo del mar. ¿Acaso las lágrimas de esos animales marinos no son la exteriorización de una pena común, de un llanto que viene de la historia de lo que somos?
El teatro es la convivencia plena, una comunión vital en tiempos del odio, en tiempos de pretendidas lágrimas reprimidas, de machos que no lloran y aguantan con mandíbulas firmes, de rostros duros y lagrimales vacíos. Las lágrimas de los animales marinos es la respuesta conmovedoramente rebelde de un arte que no se deja encorsetar por los moldes convencionales de la banalidad ni los lugares comunes. Las lágrimas buscan despertar el costado sensible, sacudir los cuerpos para que liberen, en la quietud de sus butacas, el polvo de odio con que quieren arroparnos los propagadores de una cultura mercantilizada, de pasiones tristes, de retorno a esquemas hetero-insensibilizantes.
Sobre el escenario se despliegan, durante más de dos horas, una variedad de danzas en constante interacción clownesca. La complejidad performática no descansa, el esfuerzo físico y la destreza de los actores demanda a su vez un abandono de la pasividad del espectador frente a la potencia de estímulos sensoriales que no se concentran en un sector específico del escenario. De un extremo al otro, la obra reclama una mirada que abarque todo el acontecimiento teatral desarrollado a lo ancho de las tablas. Los músicos también son parte de ese cuerpo común que forman los animales marinos, nada es decorativo, contingente, ocasional. Ritmos urbanos y folclore, tap, la voz de Julieta Laso y los instrumentos que componen las distintas melodías. El público aplaude ante la finalización del malambo; es que, a esa altura, se nos rompió la timidez que conservamos ante la culminación de cada danza o sucesión de movimientos también meritorios de la inmediata aprobación.
Ph: Mauricio Cáceres |
En algún rincón del tiempo quedará guardado para siempre lo irrecuperable de El hombrecito, de La flaca, de El pibe de la bicicleta, de La vecina. Cada uno narra su propia historia. Claro que hay una trama que los incluye a todos, lo que se dice, el argumento de la obra (el llamado para reconocer el cuerpo del abuelo es el punto de partida para ese viaje a la costa del trío de amigos); pero, del olvido, cada uno rescatará la pena profunda que hacen discurrir en el gesto monologal que nos convoca: cada animal marino tiene un llanto atragantado que nos confiesa en la intimidad de esa convivencia. Por eso, lo irrecuperable del teatro no es la trama; en todo caso, porque el teatro es esa magia que des-duele para siempre en el contacto fugaz de una promesa. En ese encuentro, cómo no las ganas de salir corriendo a consolar a La flaca, cómo no las ganas de subirse al escenario a pensar en El pibe de la bicicleta y en hacerle saber que le dedicamos un pensamiento, cómo no querer compartir el abrazo y el “beso de varón” de El hombrecito y su amigo o dejarse conversar largo y tendido por La vecina.
Sin duda, la función del sábado 14 de diciembre será recordada no solo por los espectadores, sino también por los propios actores, por un hecho destacado entre el público, en medio de la función. Hecho accidental que obligó a interrumpir la obra, a suspender la credibilidad de la ficción para atender con urgencia al imponderable de la vida. La solidaridad del público, la eficacia de la médica presente en la sala y, asimismo, del personal del Teatro Nacional Cervantes, hicieron posible que, más tarde, se restablecieran las condiciones para el hecho teatral.
Yo miro al flaco de al lado, le digo “¿Cómo se hace para seguir después de esto?" “No sé cómo hacen ellos (los actores) para volver a conectar”, me dice. Todavía conmovidos, el telón vuelve a levantarse y el público aplaude. La flaca en el escenario reanuda con la única expresión catártica posible. “¡La puta madre!”, dice entre llantos, y el público libera una risa que nos ubica, inmediatamente, dentro del hecho teatral. Por si quedaban dudas del talento y el profesionalismo de los artistas, en el modo de resolver el problema que irrumpe, dan muestra del poder que tiene un cuerpo actoral en ese devenir territorio desnudo para la creación de una narrativa nueva.
En la representación del fantasma propio, Guillermo Angelelli despliega una danza final. Es el abuelo muerto entre las rocas de la rambla, el despojo de un animal al que sacuden las olas. Es el baile de un arrastre incesante, un cuerpo que se mueve al compás de una música del mar. Se lleva una mano a la cara, dos dedos cuelgan de su boca y los ojos bien abiertos, el pelo blanco enloquecido. Yo creo ver, o acaso me lo fui inventando, a “Saturno comiéndose a sus hijos” en la máscara que luego se disuelve en otras formas de lo perecedero. Es lo que queda de una pena recóndita, la embriaguez de una pausa infinita, el otro reconocible en ese resto, puro pasado. “Este es el pasado”, ha dicho la voz del tiempo. La tragedia personal que se consuma; la muerte es el llanto que concluye de un animal que, como el teatro, es irrecuperable.
El cuerpo espectador es el soporte para una posteridad que reclama algo de un pasado que es necesario reconstruir. Somos ese animal marino que llora ante la consciencia de su propia fragilidad, ante la irreversibilidad del destino, ante la imposibilidad de recomponer ciertas distancias.
Ph: Mauricio Cáceres |
Las luces de la sala me devuelven a esta otra realidad. El pibe de al lado me pregunta si pude volver a conectar con la obra, tras el incidente. Las lágrimas finales mojan una cara. La mía. Yo quiero escribir mi experiencia para no quedarme solo en una playa vacía, porque es mi modo de llorar alegre y gritar pertenencia entre los animales que no claudican.
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA:
ELENCO DE PERSONAJES
La vecina Chacha Alvarado
El abuelo Guillermo Angelelli
El pibe Gregorio Barrios
El nieto Gonzalo Carmona
La flaca Payuca
El amigo Ignacio Torres
ELENCO DE ANIMALES MARINOS
Intérprete físico Boris Bakst
Intérprete clown Oliver Carl
Luchador libre Pleitto Castillo
Intérprete danza Rocío García Loza
Música cellista Lucía Gómez
El eco / La cantora Julieta Laso
Músico cantautor: Lucio Mantel
Intérprete estilo libre: Marcelo David Martinez (Coco)
Músico archilaúd: Maxi Mas
Intérprete folklore fusión: Ezequiel Posse
Intérprete bicicleta: Julieta Raponi
Intérprete acrobacia: Consuelo Rodríguez Fierro
Performer tap: Jorge Thefs
Diseño sonoro y composición musical: Lucio Mantel
Diseño de iluminación: Alejandro Le Roux
Diseño de vestuario: Daniela Taiana
Diseño de escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez
Coreografía: Luciana Acuña
Asistencia de iluminación: Damián Monzón
Asistencia de escenografía: Agustín Justo Yoshimoto
Asistencia de vestuario: Villeke
Colaboración artística Toto Castiñeiras: Leonela Petrizzo
Puesta en escena y dirección: Toto Castiñeiras
Asistencia de dirección TNC: Vanesa Campanini / Esteban De Sandi
Producción en funciones TNC: Sofía García Jabif
Producción TNC: Romina Ciera / Lucía Quintana
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